de Ricardo Candia Cares, el Lunes, 23 de Julio de 2012 a la(s) 17:24 ·
De
vez en cuando a los enemigos de Cuba les llega material para alimentar
su odio contra la isla. Hoy, a propósito de la muerte de Oswaldo Payá,
muchos se han lanzado a decir que sería una operación de Castro que
intenta acallar por esa vía a la oposición cubana.
Hay
quienes tiene respecto de Cuba una legítima discrepancia: no les gusta
el socialismo, el modo en que los cubanos llevan a cabo su proyecto
histórico, como construyen su sociedad. Nadie, ni mucho menos los mismos
cubanos, esperan que el mundo de manera unánime esté de acuerdo con
ellos. Sería mucho.
Muchas personas definidas como de
izquierda no comparten el sistema cubano. Dan sus razones y resultaría
absurdo para quienes sí queremos a los cubanos y su revolución, pensar
que esa agente está equivocada y su postura le hace el juego al
imperialismo y que tras esas opiniones se esconde más bien un
anticomunismo visceral. No siempre es así.
Quizás uno de
los peores daños que sufre Cuba y la revolución, es la idealización que
muchos hacen de sus características y logros. Muchas personas de buen
corazón y de simpatías por Cuba, han terminado abjurando de sus
iniciales convicciones, o sufriendo en silencio lo que para ellos es un
fraude, cuando una vez recorridas las calles de La Habana y conocido a
su gente, no era lo que esperaban. Pero más bien, no era lo que
imaginaban.
Si algo conspira contra una centrada
evaluación de la revolución, sus logros, y errores, es una
sobrevaloración de esa sociedad. Tan nefasto como encontrar todo malo,
es encontrar todo bueno.
Es que hay una cierta tendencia a
creer que todo en la isla es risa, felicidad, música, conga y cero
problemas. Y que los efectos sobrenaturales de u par de sus logros,
medicina y educación gratuita, sería gentes viviendo casi en medio de un
mundo ideal, sin problemas y al borde de lo perfecto.
Por
alguna razón extraña, en la que no está del todo ausente la profunda
costumbre de parte de la izquierda de rechazar toda crítica como si
fuera un ataque, hay una tendencia a decir que allá todo es bonito, que
todo el mundo está de acuerdo, que el culpable de todo es el bloqueo y
que nada de lo que se ha hecho puede considerarse un error o
insuficiencia.
Repita usted un centenar de veces esos
mismos credos en gente que de esa manera se hace una idea de la
revolución, y no se extrañe después si esa misma persona luego de su
primer viaje a la isla, llegue con una lágrima atravesada en su garganta
y el corazón.
Esta visión tiene un reverso. De tanto
repetir que en la isla usted no puede dar un paso que no sea registrado
por los servicios de seguridad, que la gente desfallece de hambre, que
nadie puede decir nada contra los que mandan y que todo el mundo quiere
emigrar a USA, como para que el viajero novato se dé cuenta que la cosa
no es tan así, que eso no es cierto.
Por lo tanto no se
trata de entender la revolución cubana como a uno le gustaría que fuera,
amigo o enemigo. Si no tal como es: un país en que los pobres se
tomaron el poder, y que ha resistido durante muchos años, errores e
insuficiencias incluidas, para demostrarse a sí mismos que es posible en
América Latina una historia distinta a la que impone el sino generado
por la enorme gravitación del imperio más grande y poderoso jamás visto
en la historia de la humanidad. Y en ese tránsito, ser capaces de
compartir con el más pobre o necesitado, lo poco que tienen.
Durante
muchos años sus enemigos han intentado liquidar la revolución, hasta
ahora sin éxito. Para combatir al enemigo Cuba tiene armas excepcionales
que no tienen que ver con misiles ni con cañones. Tiene que ver con
convicciones y una dosis necesaria de locura.
El
imperialismo norteamericano, el enemigo más brutal de los pueblos,
persistente y peligroso, no ha podido con la isla y sus dirigentes. No
porque no quiera. No puede. Sus estrategas habrán diseñado perfectos
planes para la toma de La Habana y la ocupación del país. Pero no
cuentan con el dato imprescindible. Dónde están los cubanos y sus
amigos. Un asalto a Cuba sería una guerra sin frente ni retaguardia.
Hay
quienes no comparten estas cosas y es legítimo que así sea. Como lo es
que hayamos personas que daríamos la vida por esos principios.
Por
eso resulta esperable que tras la muerte de un dirigente de la
disidencia, muchos digan que, por lo menos, es un hecho oscuro. Los más
audaces piden al gobierno que exija de las autoridades cubanas una
severa investigación. Voces se alzan acusadoras indicando que, como sea,
esa muerte es responsabilidad de Castro. Otros dirán que bien pudo
haber sido una operación de USA para generarle problemas al proceso de
ajustes en la economía de la isla.
Hasta ahora casi nadie dice que pudo ser un accidente del tránsito de los que en Chile hay decenas al mes.
Ricardo Candia Cares