El legado
Ricardo Candia Cares
Como sabe todo Chile, no es por su profundo sentido de servicio público por lo que Sebastián Piñera se propusiera ser presidente.
Dueño de una de las fortunas más grandes del país, y por lo tanto, involucrado en fraudes, exacciones y movimientos truchos que le han permitido ser un operador del mundo financiero en el que la ganancia rápida y al costo que sea lo es todo, se propuso pasar a la historia por haber sido presidente de la república.
No una vez, sino dos.
Pocas veces en la vapuleada historia nacional se había visto un gobierno tan inútil como el que ahora va de salida, quizás solo homologable en ese sentido al de la Nueva Mayoría de perecedero recuerdo. Inútil, claro está, para la gente común que vio afectada aún más su ya precaria vida: para los poderosos ha sido el paraíso en la tierra si se considera que vieron aumentadas sus irracionales fortunas a niveles que jamás soñaron.
El gobierno de Piñera no fue sino el intento megalomaníaco de un millonario torpe y sin principios para pasar a la historia como un estadista de grandes dotes y no quedar en la sentina de la historia como un ricachón botado a político, de los que ha habido muchos.
Por cierto, un fracaso en toda la línea.
En estos precisos momentos en que arrecia una violencia delictual pocas veces vista, relumbra en su dimensión de falacia demostrada su cacareado fin de fiesta para la delincuencia que vive y reina en este campo de flores bordado.
A los delincuentes se les acabó la fiesta.
Recordemos que esa fue su idea central con la que logró los votos siempre febles y disponibles de aquellos que escuchan lo que quieren escuchar y dan por cierto todo si lo dijo un poderoso.
Y vea lo que quedó: un asesinato por día, aumento de crímenes violentos pocas veces vistos: secuestros, sicariato, asaltos a mano armada, mafias que comienzan a darse cuenta de que pueden actuar con plena impunidad, robos con total descaro, poblaciones tomadas por el narcotráfico, calles y barrios inseguros y la gente presa del miedo.
Piñera entrega un país sumido en el temor a la delincuencia desatada que se tomó las calles, barrios y poblaciones.
La crisis de migrantes es otra de sus medallas.
Se recuerda con sospechosa timidez aquella epopeya en Cúcuta cuando Piñera se lucía abriendo las fronteras para el que quisiera venir a Chile: su irresponsabilidad mayúscula generó una crisis humanitaria de impredecibles consecuencias.
Piñera entrega un país con récord de campamentos levantados sin orden ni concierto ni higiene ni nada, en todas las ciudades.
La pauperización de la salud y educación pública ha ascendido en forma alarmante en proporción inversa al aumento de las ganancias de estos mismos servicios en el sector privado.
De derechos, ni hablar. De seguridad, menos.
Luego del estallido de octubre las policías simplemente abandonaron su rol de garantes de la seguridad pública, orientando sus esfuerzos y medios a la represión bárbara contra quienes osan reclamar sus derechos. La soterrada crisis de Carabineros queda demostrada a diario por su actuar sin protocolos ni preparación ni criterios. Y sin postulantes que quieran ser de las filas.
Como sabe cualquier ciudadano, la delincuencia campea amparada por la inacción de las instituciones llamadas a cuidar a la gente.
Qué se puede esperar si sus más altos jefes, policiales y militares, están encartados por fraudes, robos, estafas y falsificaciones para hacerse de los medios que el Estado -esa cacareada Patria por la que están disponibles para morir en su defesa- pone a disposición de ellos para el cumplimento de sus funciones.
Deja un wallmapu inmerso en una crisis, la misma de hace ciento sesenta años, que ha querido resolver mediante el centenario método de meter militares para resolver un conflicto que se resuelve por medio dela única vía que no se ha intentado: política, historia, justicia y no masacre.
Este gobierno ha sido una instancia de corrupción masiva y permanente. Ha sido un gobierno de ladrones, el mejor reflejo de la derecha ambiciosa, egoísta y bruta.
¿Qué dejan estos cuatro años estériles? Abusando de los efectos de la pandemia, ha buscado incesantemente la vía para borrar su trágico y estéril legado. La compra temprana y masiva de vacunas le ha dado un rédito que aún no se despliega por completo para superar sus alicaídos aportes. No más que eso.
Como sea que se considere el presidente entrante, hay un hecho cierto que muestra un cambio interesante: Gabriel Boric, fue un dirigente estudiantil reprimido por el presidente que se va, Sebastián Piñera.
Y, como sea que se haya llegado a la instancia, está en curso una convención Constitucional que podría proponer un ordenamiento institucional que cambie algunas cosas en el rígido, abusivo y represivo legado de la dictadura.
¿Pasará impune Piñera ante esas dos derrotas profundas para la ultraderecha?
Doble contra sencillo, le van a pasar la cuenta tarde o temprano. Para evitar poner en juego la Constitución pinochetista debió renunciar y no lo hizo. Aquella cobardía estimulada por su patológica megalomanía desencadenó este tiempo en que les está tocando vivir en un riesgo que pudo haber sido controlado.
El legado piñeril es fácil de identificar, si se quiere. Está en las calles atiborradas y temerosas, en las espeluznantes portadas de los noticiarios, en las cárceles, en las fronteras, en los guetos, en los migrantes que pululan por las carreteras y desiertos,
en la cesantía encubierta, en la miseria disfrazada de vendedores ambulantes, en las colas de las ferias, en los sicarios que descubrieron que ese mercado en Chile está en pañales, en las aguas infectadas y en los fuegos artificiales que alumbran las noches de barrios y poblaciones.
Con todo, el mejor legado de este pinganilla debiera ser el aprendizaje de la gente: nuca más un sujeto de la calaña de este pobre millonario torpe, nunca más la derecha, nunca más políticos corruptos, nunca más miedo e inseguridad.
Pero nunca se sabe.
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